Título: Sorpresa

Autor: Manuel G. Romana

 

Eran compañeros desde la secundaria. Amigos, solo lo parecían, decía Roberto. Sus madres sí, ellas eran muy amigas. Sus padres aceptaban la excursión mensual al pantano. En verano para la paella y el baño, en invierno para subir a un punto elevado desde el que admirar el agua, en otoño o primavera dependía, el tiempo era demasiado cambiante para adoptar costumbres. A veces un poco de fútbol, voleibol si eran bastantes, incluso bádminton si solo eran ellos dos, Luis y Roberto. A Roberto le cargaba bastante Luis, siempre escondiéndose en algún rincón y gritando “¡Sorpresa!”, mientras le intentaba hacer cosquillas.

Las cosquillas eran su punto débil, desde pequeño. Y le molestaban los sustos. Mucho. Ya con veinte años y muchas “sorpresas” encima, se lo dijo, bruscamente, unas navidades. Luis no hizo caso, se le quedó mirando de hito en hito. Y, ya en la Escuela Politécnica, Luis en Ingeniería Química y Roberto en Civil, las sorpresas siguieron. En los pasillos de los laboratorios, en las clases heladas en invierno, una vez incluso en el despacho de un profesor, vacío por un sabático, del que Luis sabía dónde escindían los becarios la llave.

Un día de septiembre, nubes negras enormes de tormenta, fueron al pantano, a hacer un reportaje fotográfico para un trabajo de Luis, para impacto ambiental. Mientras Luis decidía qué fotografiar, Roberto empezó a mirar unas rocas (“piedras feas”, las llamaba Luis). Limpió una, irregular, diferente, de la arcilla en la que reposaba. Arrancó trozos de barro seco, y se puso a mirarla con detalle. De repente, escuchó un ruido grande a su espalda, por el lado izquierdo. Al notar algo, Roberto se volvió, y golpeó a lo que tomó por un animal grande con la piedra. Con la cabeza rota, Luis solo pudo empezar su grito de “¡sorpresa!”, que pareció más bien un “SOORRRpres..”.

Cayó muerto. Justo entonces cayó un rayo en la parte alta de los montes, y el trueno llegó enseguida, ensordecedor. La tormenta era de las fuertes. Roberto, aturdido, embotado, se marchó corriendo.

Al llegar a la ciudad, nada dijo a nadie. Pasaron varios días, y le preguntaron por Luis, claro, todos sabían que eran amigos, al fin y al cabo. Dijo no saber nada, todo el fin de semana estudiando. No tuvo que mentir muchas veces, y el director del colegio mayor donde vivía Luis informó a sus padres de su desaparición. Denunciaron, y la familia y la policía preguntó a Roberto. Volvió a repetir su historia, pero esperaba ser descubierto. Mentía sin fe. Había visto a Luis por última vez el viernes, una cerveza tras las clases. ¿Valdría con eso? Alguien podía saber de su excursión, podía haber visto a Luis montar en su coche. Además, los cuerpos son encontrados, el embalse es un lugar al que va mucha gente, con la manía de ahora de correr y montar en bici de montaña. Uno de los pirados del Strava vería el cadáver. Seguro.

Tras varios meses, la policía desató una investigación completa y enérgica. Pero nada. Por mero sistema, buscaron sangre en el coche de Roberto. Y en el de una novieta de Luis. Nada. Roberto, a estas alturas, tenía un doble sentimiento de culpabilidad y alivio. Decidió, un día en el que ganó la culpa, ir al embalse a por el cadáver. Se dijo, iluso como todos los culpables que era posible que pudiera encontrarlo y librarse, las dos cosas. Estuvo repitiendo tonterías todo el viaje.

Al llegar al lugar de la tragedia, comprendió. La tormenta había causado un flujo de barro con piedras, y sabe Dios donde estaría el cuerpo de Luis. Donde cayó no, seguro. Más adelante, la vaguada tenía un pequeño cañoncito, y el flujo había terminado en el clásico abanico, ya junto al agua. Con los meses, la hierba había empezado a brotar. Ni rastro. Salvado por la naturaleza, se dijo. Se sentó, pensativo, un buen rato. No era sospechoso. Luis era ya uno más de los desaparecidos del país. ¿Iba a contarlo, a ir a la cárcel durante años, a ver su nombre unido para siempre a un certificado de penales? ¿Él, con un futuro prometedor? No, no iba a desperdiciar tanta suerte. Mejor centrarse en la hidráulica. Inundaciones, seguridad de presas, algo así. Los siguientes flujos de barro los vería por la tele, en las noticias.

 

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